Cuando era chica, se me había metido en la cabeza tener una guitarra. La quería, la quería, no podía parar de pedirla. Mi mamá hizo un esfuerzo inmenso y me la compró. Entonces, fui a clases para aprender a tocar la guitarra.
¿Aprendí? NO: como soy zurda, el profesor no supo explicarme y me frustré.
Después la vendí.
Vendí el esfuerzo de mi mamá, vendí el capricho del momento en vez de buscar otra alternativa. Y ahora sólo puedo verlas de esta manera, de forma decorativa.
Quizás, algún día... en mi lista de pendientes.
Y el otoño sigue amagando, y yo con las ganas de clavarme un poncho YA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Me encantaría conocer su opinión, gracias!